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– Poné vos el lugar, el día y la hora

Leía el mail. Ese mail que se le deslizaba dentro de los ojos como un rayo de luz sinuoso que escondía sombras en los pliegues. Repasaba cada una de las letras para entender lo que estaba tan claro que no necesitaba explicaciones. Pensó que tal vez tanto tiempo de espera le habían entumecido los reflejos, que su mente, ágil en otro tiempo, se movía torpe por los senderos de la comprensión y que se le mezclaban realidad e ilusiones en algún lugar escondido dentro suyo que no alcanzaba a saber dónde quedaba.
Entre tanto, mientras se libraban batallas y mientras las sensaciones encontradas chocaban y dejaban chispas en el aire, él releía esas nueve palabras y se imaginaba todas las posibilidades de lugar, día y hora habidas y por haber. Así se portan con uno los sueños inalcanzables cuando al final se ponen a tiro, cuando, cansados de ser perseguidos y un segundo antes de mostrar la bandera blanca y pedir tregua, tuercen el horizonte hasta el punto de confundir las percepciones y así ganar unas cuantas migajas de tiempo para seguir escapando y no perder su identidad de inalcanzables que poco más, poco menos, significa imposibles.
Delante de los ojos pasaban en vuelo rasante imágenes de contornos confusos, de límites que se mezclaban con el aire, colores que cambiaban una y otras vez en una especie de tormenta mágica que no tenía descanso. Ella, en ese lugar, ese día y a esa hora y el tiempo que pasaba a segundo plano y las paredes que se volvían protección contra cualquier enemigo que osara acercarse a ese lugar donde se habían conjugado los viejos sortilegios para dar a luz la verdadera magia de ser sin que hubiera necesidad ni por un momento de usar máscara. Ser así, como se percibía cada uno de los dos sin haberse visto en el único espejo que vale, el que espera esa imagen incapaz de mentir y que se va desplegando detrás de un par de ojos cerrados, los verdaderos dueños de esa visión que arrasa con toda noción de apariencia, con todo intento de maquillarse para cabalgar la realidad con un aspecto aceptable que permita pasar el examen de tanto ojo abierto que de tanta luz, ha perdido hasta la noción de lo que ve.
No podía encontrar el lugar porque todos le parecían apropiados, pero de tanto buscar lo perfecto, se fue perdiendo entre laberintos y callejones sin salida cada vez más lejos de donde debía estar ese día y a esa hora, supuestamente ahí, donde lo esperaba y donde el encuentro daría fe de que los sueños jamás son inalcanzables. Lejos, a una distancia imposible de medir. Tan lejos que lo anhelado estaba casi al alcance de la mano mientras el reloj iba haciendo su trabajo con el ritmo y la parsimonia de siempre, profesional y sin saña, como un caminante que nunca pierde el paso y menos aún tiene la intención de detenerse por nada ni por nadie. Ese día, justo ese día, las agujas cada vez más cerca del punto exacto del encuentro y él perdido en espacios que jamás había transitado, buscando una señal que le dijera en qué dirección debía ir para llegar a donde parecía estar escrito que nunca alcanzaría a llegar. Espacio y tiempo confabulados. Enemigos demasiado feroces que no daban la menor oportunidad en una supuesta pelea. Las agujas ya estaban tan cerca de la hora que su ausencia ahí en ese lugar y ese día era prácticamente irreversible. Todo lo demás, todas las cosas, se habían detenido esperando ver quién triunfaba. Si él o el tiempo y el espacio que una vez más, como sucedió siempre a lo largo de la historia, se unen para apedrear sueños porque así son ellos. Ese día, ahí donde lo esperaban, llegó por fin la hora.

-¿Sos vos?

Dos golpes en la puerta anunciaban algo. Ella se levantó del sillón y abrió la puerta con una mezcla de miedo y otras sensaciones no tan claras, pero reales.

-Llegaste

Inalcanzable

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