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Llegó temprano porque debía estar listo para la función y eso demandaba tiempo, le hacía falta cada vez más tiempo para no descuidar ninguno de los detalles que le daban vida única al personaje. En ese sentido, nada era menor ni debía ser subestimado y por ello se encargaba de comenzar a a desplegar su arte apenas atravesaba la puerta vaivén de cristal, saludando con una leve inclinación de cabeza a todos quienes se le cruzaban a esa hora por los pasillos largos, de pisos impecables y espléndidamente iluminados. Cuando entraba al vestidor, tenía el personaje armado, listo para el atuendo y los toques finales de maquillaje.

Solía cambiarse con movimientos que a primera vista parecían automáticos de tan repetidos, pero todos y cada uno tenían un detalle estudiado que los distinguía hasta hacerlos únicos y propios, tan irrepetibles como una huella digital. Ese rito que se celebraba día tras día frente al espejo del vestidor tenía partes claramente definidas en una sucesión exacta de trozos de tiempo. Deslizar su cuerpo dentro del traje, colocarse el tocado, acomodarse la máscara y centrar los lentes con una meticulosidad poco menos que patológica. Una cosa después de la anterior en una sucesión exasperante, de ritmo hipnótico y sin pausas de ningún tipo. Ese tren de actividades tenía como última estación el espejo iluminado que no tenía compasión a la hora de reflejar lo que se el ponía enfrente.

Mientras tanto y desde afuera llegaba un retumbo vago, de tono grave, mezcla de voces, pasos y un dejo a música indefinida que se colaba por algún resquicio, como reptando y le llegaba hasta cerca de los oídos, antes de disolverse en el aire para formar parte del rumor permanente que tanto conocía y al que sus oídos se habían adaptado de tal modo que lo ignoraban a voluntad, con igual capacidad que la de él mismo para subestimar y anular al resto del mundo por el placer de tener el control y la sensación de éxtasis que le producía derramar poder sobre los otros. El resto del planeta, cuando él estaba encaramado en su gloria, funcionaba como los sonidos del ambiente. Una especie de masa anodina de tan habitual que había perdido identidad, al mismo tiempo que importancia desde hacía años. En ese mundo de sonidos grises que provenían de gente gris y donde él era el único portador de luz en miles y miles de kilómetros a la redonda, pasaban cosas pequeñas de vez en cuando y así como un instrumento se destaca de la banda en una sesión de jazz con una improvisación a veces feliz, pero siempre en el filo de la disonancia, se descolgaba una carcajada o una voz de tono más alto un acceso contenido de tos que desperezaba el ambiente y le daba la pauta de que en algún lugar cerca suyo había algo parecido a la vida y que a él como vértice de la pirámide alimenticia, en cierto modo debía interesarle, al menos a los fines prácticos.

Justamente ese día, la risita aguda y penetrante que llegó desde una habitación cercana, le provocó durante un momento una especie de contagio que le sirvió de excusa para permitirse una sonrisa cruzada y clandestina momentos antes de calzarse la máscara y darse el último toque de belleza en las manos que como siempre tenían que estar impecables para que la actuación fuera, en todos los sentidos, perfecta. Empujó la puerta y las luces del escenario ya estaban a pleno, enfocándolo mientras hacía su entrada como quien corta el aire en dos, justo por el medio. Se colocó en el centro de la escena mientras el resto del elenco esperaba en un estado de tensión máxima el primer gesto, la línea del guión que echara a andar la obra que pesa a la cantidad de funciones ininterrumpidas que llevaba, seguía manteniendo en vilo al auditorio que construía un silencio sólido, glacial y palpable.

Miró a sus coprotagonistas, dos actores bastante más jóvenes que él, uno de ellos con la frente perlada de sudor y el otro intentando fabricar a como diera lugar por lo menos un centímetro cúbico de saliva que le ayudara a atenuar la consistencia de lija que sentía en la boca. Dirigió un rápido vistazo a la actriz de reparto tan prometedora que estaba a su derecha y le indicó con un gesto que estuviera atenta y lista. Reparó un instante en el director de escena que lo miraba desde su posición un par de metros a la izquierda y decidió que todo estaba listo y en su lugar. La maquinaria podía comenzar a producir un arte que pocos, muy pocos en el mundo, a juzgar por su propia opinión, eran capaces siquiera de imaginar. Respiró hondo, se convenció una vez más de que era el mejor, seguía siendo el mejor, pidió a uno de sus asistentes que le acomodara unos milímetros las gafas, aclaró la voz y dijo:

–          Bisturí …   

Narciso, de Michelangelo Merisi da Caravaggio (Caravaggio: 1573-1610). Pintado en 1599-1600.

3 pensamientos en “Prima Donna

  1. Muy bueno. Impresionante descripción, lastima que algunos de estos actores principales solo saben manejarse en ese único escenario.

  2. Una cosa es jugar un rol y otra cosa es dejarse devorar por el personaje. Desde el Quijote de la Mancha en adelante, la segunda posibilidad ha demostrado tener efectos secundarios peligrosos para la salud física y mental de los protagonistas. En este caso, la Prima Donna puede en sí misma producir estos efectos u otros peores, en inocentes.

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